"Ensayos y Reflexiones" forma parte de los documentos y referencias académicas realizadas en lo referente a la filosofía en general, mediante una serie se selecciones reflexivas y enmarcadas en la eclética fenomenológica.
"Ensayos y Reflexiones" enfoca la enseñanza de la filosofía con estilo andragógico significativo, aunque por diversos estilos y métodos de instrucción, algunos las pretenden enseñar con pedagogía, sin entender los requisitos mínimos de las edades y su contexto histórico-cultural. Empecemos con el primer tema.
"Ensayos y Reflexiones" forma parte de los documentos y referencias académicas realizadas en lo referente a la filosofía en general, mediante una serie se selecciones reflexivas y enmarcadas en la eclética fenomenológica.
"Ensayos y Reflexiones" enfoca la enseñanza de la filosofía con estilo andragógico significativo, aunque por diversos estilos y métodos de instrucción, algunos las pretenden enseñar con pedagogía, sin entender los requisitos mínimos de las edades y su contexto histórico-cultural. Empecemos con el primer tema.
Tratar el tema referente a la
persona o a las personas, refleja mucha angustia, desesperación, asombro y una
profunda reflexión. Angustia por un llamado de atención a lo interno del ser, a
lo que somos en la praxis y de las formas en el actuar en sociedad, junto con
otros seres semejantes a nosotros que
podrían llamarse vecinos, empleados, autoridades, ciudadanos, familiares o
desconocidos. Todos ellos rodean e influyen en cierta forma y según ciertas
normas, la existencia de una persona especial y exclusiva, que está conociendo
al resto y a la vez, auto conociéndose a
sí mismo. Una persona que mira al resto de la sociedad actual, (sin ir a los
detalles históricos) tiene de alguna manera, una desesperación por estar
inmerso en un mundo que lo asombra por sus actos y no logra entender la formas
de comportamiento tan diferenciadas que tiene cada persona.
No todos (nosotros, las
personas) somos iguales, pero también sería válido decir que no somos tan
diferenciados los unos a los otros, por lo tanto, deberíamos ser casi iguales,
pero la realidad es que nos asombramos de lo que hacemos (refiriéndose en
función de la especie humana) o dejamos de hacer, por ejemplo, las llamadas
guerras, cuyo sentido es dominar y/o quitarle al otro lo que tenga, ya sea sus
riquezas naturales, sus bienes materiales, su sistema político-económico-social
o la propia vida del otro, sin importarle la dignidad de nadie, sino la locura
de su dominación por creerse más fuerte que el otro. No se puede decir que
Trasímaco[1]
en su discusión con Sócrates haya tenido la razón, pero deja la duda con
respecto a la conveniencia de la justicia de otorgársela al más fuerte.
Por otra parte, los sistema de
los movimientos sociales han influido drásticamente en el comportamiento de las
personas, un ejemplo de ello lo refleja el individualismo y el colectivismo. El
primero fomenta la despreocupación por el prójimo, no le interesa más nadie que
su existencia y su círculo socio-familiar; puede llegar acumular todo lo que
este a su alcance, para sentirse abastecido, sin necesidad ni preocupación, y
esto no necesariamente se aplica a la gente adinerada, pues se pude ver
actualmente en las calles de Caracas, (y quizás, en cualquier calle de
Venezuela) como una persona compra bultos (de un mismo producto) y los lleva a
su casa, pero esto no es tan normal, porque hay que recordar que cada bulto,
por ejemplo, de arroz, tiene 24 paquetes de 1 kilo cada uno y llevándose 4
bultos, se lleva casi 100 paqueticos que podrían servirles a casi 100 personas
que a una sola. Pero la cosa no queda allí, pues esa misma persona, al día
siguiente vuelve (e increíblemente consigue) comprar 4 bultos más y así
sucesivamente, logrando acumular su riqueza: arroz.
La persona del ejemplo
anterior, no necesariamente es adinerada, pero tiene las características de
aquella que acumula riquezas, todo esto se debe al individualismo acumulador,
que tanto daño ha hecho a la humanidad. Ahora bien, el otro extremo hace
referencia a que la sociedad está por encima de las personas, esto se refiere
al colectivismo, es decir, lo importante es el colectivo y no la persona. Es
más, si un modelo de sociedad que desee instaurarse y necesita gente que
arriesgue su vida para lograrlo, no dudará en utilizar a las personas para su fin,
objetivo o meta, simplemente lo hará. Recordemos como los pilotos japoneses en
1945 daban su vida (literalmente) por su patria y se estrellaban como última
opción, contra la flota naval estadounidense y sus aliados, pasando a la
historia como los Kamikazes y que a la final, lo que se logró, fue la muerte de
5000 pilotos de aviones de combate (sin contar el resto de los componentes
militares y civiles) y la rendición de su Emperador. Entonces, puede notarse
como el colectivo puede causar daño, (de un extremo y de otro), pues, ese mismo
año (1945), casi empezando agosto, en nombre de la libertad de una nación, se
dejan caer dos bombas, una en Hiroshima
y otra en Nagasaky, dejando como resultado, la destrucción del hombre por el
hombre. Hoy podríamos preguntarnos: ¿era necesario utilizar a las personas para
perjudicar a otras personas?; ¿vale más el amor a la patria que el amor al
prójimo?; ¿vale la pena seguir al hombre que seguir a Cristo?.
La angustia, la desesperación
y el asombro se concatenan en la reflexión, pues cuando vemos todos los errores
que hemos cometido como humanidad, nos damos cuenta de que no podemos
solucionar nada, es decir, el ser humano no puede con el mundo que se construyó
para sí mismo. Ni la ciencia que ha logrado llevar al hombre a la luna, ni la
política que ha instalado los cascos azules, ni el invento del dinero, han
podido erradicar los problemas del hombre, es decir, la pobreza, la miseria,
las enfermedades, la inseguridad, la diplomacia, nada, no han logrado erradicar
nada, al contrario, cada día se eleva la cantidad de los problemas y solo nos
damos cuenta que todo es absolutamente vanidad, pues, ¿de que le sirve tanto
dinero, casa, carro, lujos, títulos o cualquier otro logro, si al final del
camino, no se lleva nada?; ¿de qué sirve una camisa cara y bonita?; ¿de qué
sirve saber tanta teoría si en la práctica se es incongruente?;¿de qué sirve
saber nadar, si no se va a la playa?.
La presente monografía no fue
elaborada para ser la más bonita, ni la más erudita, ni pretende agraciarse con
las normas APA y fue escrita con demasiada angustia, pues el no dominar la
informática se le hizo al autor una tarea ardua y casi difícil. En esta
monografía se indagó sobre la persona, se investigó el tema (de la cual existe bastante
literatura), pero lo más importante fue, que el autor se vio obligado a detenerse y a mirarse a sí
mismo. Aunque parezca pintoresco, es cómo dejar de ver al otro y verse a sí
mismo y preguntarse: ¿quién soy?; ¿cómo es posible mi existencia?; ¿por qué
estoy aquí?; ¿qué hago aquí?; ¿qué hace que alguien estudie filosofía? y ¿para
qué?. La verdad es que todavía no se ha respondido la primera pregunta al 100%
y supongo que nunca se tendrá una respuesta completa.
Describiendo esta monografía,
se realizó en cinco capítulos, el primero se tituló como La vanidad de la
persona, tomándose la referencia del libro de Eclesiastés, y observando
cómo el hombre insensato es vanidoso, además se resaltó el uso del tiempo en la
existencia del hombre. El capítulo II
hace referencia a librarnos de la vanidad, por ello se titulo El
Redentor que nos libera de la vanidad, es decir, Cristo. Se hace
hincapié en que la Iglesia debe siempre tener vocación en Cristo, jamás debe
apartarse de este principio, al servir a la humanidad. El tercer capítulo fue
titulado Detrás de la máscara, haciendo referencia a dos
perspectivas que tiene el hombre: una, mirando a las demás personas y la otra,
mirándose a sí mismo. El cuarto capítulo comienza con una pregunta: ¿Cómo
se llega a la radicalidad?, y solo se llega por medio de Cristo, la
radicalidad de la persona llega a su interioridad profunda de su ser, llega a
su máxima expresión, llega a solicitar la ayuda anhelada, la ayuda del salvador
que podrá sacarlo del hundimiento, de su miseria, llega su salvación con Cristo
y en Cristo, ese Cristo que murió por todos nosotros, el Cristo Redentor.
Finalmente, el quinto capítulo se dedica enfáticamente a Karol Wojtyla en su
estudio de la persona y tiene como título: El Hombre: ¿realidad integral?.
Esa realidad integral del hombre, está
relacionada con la acción, es decir, con el dinamismo de la persona que busca y
encuentra experiencias en la vida, quizás buenas o malas, pero no se queda
estática, recibiendo así, la influencia de otras personas, en las cuales,
dichas experiencias y vivencias se toman con un libre albedrío para ejecutarlas
o dejarlas de lado, según los valores y convicciones de cada persona,
direccionando así, sus actos. La
experiencia que tiene cada persona está relacionada con el entorno, es decir,
con otras personas, dentro de lo que podría llamarse: comunidad; asumiendo de
esta manera que la persona es interacción con la sociedad y con Cristo,es
decir, tiene responsabilidad de hacer un mundo mejor, en donde se ayude al
prójimo y así mismo, pero sobretodo, debe ser guiado por la verdad, por Cristo.
También debe ser integral con su modo de vivir, no puede descuidar nada, debe
cultivar la fe en Dios y sobretodo amar, pues el amor es presencia del creador
y eso no lo podemos olvidar jamás, tanto es su amor (el de Dios), que no somos
dignos de tanta pasión que nos entregó y nos seguirá dando.
Francisco Javier Cáceres.
CAPÍTULO I
LA VANIDAD DE LA PERSONA
El libro de Eclesiastés
El
libro de Eclesiastés forma parte de los libros sapienciales, que refiere a los
“cinco libros del Antiguo Testamento: Job, Proverbios, Eclesiastés,
Eclesiástico y Sabiduría. Se les suele añadir con bastante impropiedad los
Salmos y el Cantar de los Cantares” (Biblia de Jerusalén, 2009, p.1)[2]. Ahora bien, cuando se hace referencia a los
libros sapienciales, el Diccionario de la Real Academia Española On Line
(2014), los cataloga como libros morales “...que abundan en máximas sabias y
edificantes” (para.46).
Ésta literatura sabia va a ser considerada más elevada de las que
representan a la literatura nacidas en el Antiguo Oriente, las cuáles harán
leves preocupaciones religiosas, desenvolviéndose en un orden profano,
ilustrando a su vez el destino de las personas a través de las experiencias.
Por otra parte, la literatura oriental enseña al hombre a acomodarse dentro del
universo, mediante el arte del bien vivir, buscando así la felicidad y la
prosperidad, aunque también se señala la justificación del pesimismo. La Biblia
de Jerusalén (2009), menciona que “...no
es de extrañar que las primeras obras sapienciales de Israel se asemejen en
gran medida a las de sus vecinos: todos ellos proceden del mismo suelo” (p.1).
Sin embargo, la esencia diferencial entre las dos literaturas está marcada por
su valor religioso, cuya religión es
yahvista, colocando como verdadera sabiduría el temor a Dios.
El libro de Eclesiastés refleja varios tópicos del punto de vista
humano, a saber: la vanidad es todo; la experiencia del predicador; todo tiene
su hora; las injusticias de la vida; la misma vanidad de la vida; la sabiduría
y la insensatez; cosas de la vida; la sabiduría; los consejos para los jóvenes
y recomendaciones; todo ello engloba la forma de cómo llevar la vida,
resumiéndose en pocas palabras todo esto en un solo principio: La sabiduría.
Ya el Rey Salomón lo había manifestado: “El comienzo de la sabiduría es el temor de Jehovah, y el conocimiento
del Santísimo es la inteligencia.” Pr 9,10[3]. El temor implica sabiduría, así pues, la
serie de libros sapienciales enseñan esta sabiduría, vemos por ejemplo que Job
pierde todo, excepto una cosa: el temor a Dios. ¿Dónde estaba Job cuando estaba
Dios fundando la Tierra?, ¿dónde?, ¿dónde?.
La necedad es lo que ha acompañado al hombre a no seguir a Dios,
mientras el prudente es quién teme a Jehová, el necio no lo hace y descuida al
creador por amor a la comodidad y los placeres, es decir, a la vanidad. Según
el Diccionario Bíblico On Line (2016), la palabra traducida como necio en el
Nuevo Testamento “generalmente designan a una persona insensata, ignorante, sin
entendimiento o loca” (para.2).
La vanidad.
No podemos hablar de Vanidad en el caso de Job, pero sí podemos
extrapolar esta pregunta hasta los días presentes, ¿dónde estaba cada una de
nosotros cuando Dios creó todo?, ¿sabemos contestar esta pregunta?, ¿quién es
el científico, filósofo o prepotente que
pueda contestar?, ¿acaso existió un vanidoso que pueda contestar esta
pregunta?, ¿existe hoy alguien que pueda contestar lo que se le preguntó a
Job?.
Antes de seguir, hay que aclarar el concepto de vanidad, a este
respecto, el Diccionario de la Real Academia Española On Line (2014), menciona
que la vanidad es, entre otras cosas: “la arrogancia; la presunción; el
envanecimiento; la ilusión; la ficción; la soberbia.” (para.2). Entonces, ¿de qué sirve la Vanidad?, ¿a dónde
vamos con ella?. En el libro de
Eclesiastés se abarcan doce capítulos referentes a la vanidad de las cosas
humanas, entre ellas “¡Vanidad de vanidades!
—dice Cohélet—, ¡vanidad de vanidades, todo es vanidad!” Ec 1,
2.[4]
También casi finalizando el libro, se
puede leer: “¡Vanidad de vanidades!
—dice Cohélet—: ¡todo vanidad!” Ec 12, 8.
¿A dónde va la vanidad de las personas?, la
respuesta es simple: “Todos caminan hacia
una misma meta; todos han salido del polvo y todos vuelven al polvo” Ec 3,20 y
ese camino es la muerte misma. Entonces, ¿por qué hay tanta vanidad en las personas?. Quizás una de
tantas respuestas sea la falta de sensatez. ¿De qué sirve tener casas,
apartamentos, carros, cargos, títulos, anhelos, deseos, joyas, riquezas,
excelentes sueldos, viajes, etcétera, si no nos llevamos nada, venimos al mundo
desnudos y nos vamos sin ningún bien material que hayamos realizado, es decir,
nos vamos como venimos. Razón tiene al escribir: “También esto es grave mal: que tal como vino, se vaya; y ¿de qué le
vale fatigarse para el viento? Todos los
días pasa en oscuridad, pena, fastidio, enfermedad y rabia” Ec 5,15-16.
Si uno empieza a ver lo que Dios hizo, nos damos cuenta que somos
ingratos, pues creemos que todo nos pertenece,
incluso derrochamos el tiempo o solo lo dedicamos para unas cuantas
cosas sin saber que el mismo libro de Eclesiastés no invita a reflexionar:
Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo
bajo el cielo. Su tiempo el nacer, y su tiempo el morir; su tiempo el plantar,
y su tiempo el arrancar lo plantado. Su tiempo el matar, y su tiempo el sanar;
su tiempo el destruir, y su tiempo el edificar. Su tiempo el llorar, y su
tiempo el reír; su tiempo el lamentarse, y su tiempo el danzar. Su tiempo el
lanzar piedras, y su tiempo el recogerlas; su tiempo el abrazarse, y su tiempo
el separarse. Su tiempo el buscar, y su tiempo el perder; su tiempo el guardar,
y su tiempo el tirar. Su tiempo el rasgar, y su tiempo el coser; su tiempo el
callar, y su tiempo el hablar. Su tiempo el amar, y su tiempo el odiar; su
tiempo la guerra, y su tiempo la paz. Ec 3, 1-8.
Como vemos aquí, todo tiene su hora, hay tiempo para todo. ¿Cuánto
tiempo se llevó Dios de hacer todas las cosas?, ¿cómo es nuestro tiempo con
respecto a las obras de nuestro Dios?, entonces, por qué tanta vanidad si
estamos es por un breve instante de tiempo comparado con todo el tiempo que
Dios ha utilizado para realizar sus obras.
Hay que tomar en cuenta tres cosas básicas:
·El temor de Dios;
·El tiempo para hacer las cosas;
·No ser vanidoso.
Ellas tres, las debemos tener presente, no solo para nuestro bien, sino
para cultivar la sensatez. La vanidad no es buena amiga del hombre, pues “todas las metas y las ambiciones terrenales, cuando son buscadas como
fin en sí misas, únicamente producen vacío” (Estudio Inductivo de la Biblia,
s/f, para 28). También de nada sirve tener todas las riquezas del mundo, pues “quien ama el dinero, no se harta de él; para quien ama la abundancia,
no bastan ganancias. También esto es vanidad”. Ec 5,9. Por otra parte no
debemos
malgastar nuestro tiempo, hay tiempo para todo, ya está escrito: “Y dije para mí: Dios juzgará al justo y al impío, pues hay un tiempo
para cada cosa y para cada acción aquí” Ec 3,17.
Además de todo esto, nosotros debemos colocar siempre a Dios en primer
lugar y obedecerle. “Bueno es agarrar esto
sin dejar aquello de la mano, porque el temeroso de Dios de todo sale bien
parado” Ec 7, 18.
Recordemos, utilizar nuestro tiempo en armonía con los mandamientos de
Dios y administrarlo para seguir buscando y aplicando las enseñanzas que nos
deja la Biblia, seguir fielmente su palabra y sus enseñanzas, quizás no seamos
perfectos, pero aunque es difícil cumplir todo al pie de la letra, debemos
acordarnos de nuestro creador todos los días, sobre todo si estamos jóvenes
aún. Ya se menciona: “Acuérdate de tu
Creador en tus días mozos, antes de que lleguen los días malos y se echen
encima años en que dirás: «No me agradan»” Ec 12, 1. No solo hay que trabajar, ni solamente
estudiar, ni de llenarse de tantas riquezas, ni nada por el estilo, porque al
fin, todo lo que se haga es simple vanidad, incluso estudiar implica vanidad.
¿Qué ganamos con ser más sabios a nivel intelectual, si al final nos
convertiremos en polvo?, esto se refleja “Entonces me
dije: Como la suerte del necio será la mía, ¿para qué sirve mi sabiduría? Y
pensé que hasta eso mismo es vanidad” Ec 2, 15.
El libro de Eclesiastés finaliza recomendándonos que basta de tantas
palabras, simplemente recordemos que hay que temer a Dios y guardar sus
mandamientos, lo cual se refleja en ser un hombre cabal. Todo va a ser juzgado,
incluso lo que ocultemos, Dios lo sabe todo. El libro concluye de la siguiente
forma: “Basta de palabras.
Todo está dicho. Teme a Dios y guarda sus mandamientos, que eso es ser hombre
cabal. Porque toda obra será juzgada por Dios, incluso todo lo oculto, a ver si
es bueno o malo” Ec 12, 13-14.
También hay que ser
prudente, “más vale el final de una cosa que su comienzo, y más vale paciente
que arrogante. No te dejes llevar del enojo, pues el enojo anida en el pecho de
los necios” Ec 7, 8-9.
Hay demasiada sabiduría en
el libro de Eclesiastés,
que si la detallamos capítulo por capítulo, encontraremos la esencia de la
vida, dejando de un lado la vanidad, siendo sensatos en nuestra forma y nuestro
obrar, según las normas de nuestro amado Creador y escuchando las advertencias
que hay en toda La Biblia, y valdría la pena preguntarse, ¿por qué?:
Porque, ¿quién sabe lo que conviene al hombre en su vida, durante los
días contados de su vano vivir, que él los vive como una sombra? Pues ¿quién
dirá al hombre lo que sucederá después de él bajo el sol?. Ec 6, 12.
Además recordemos que hay tiempo, incluso
para cantar y estar contentos, así pues tomemos este flamenco del grupo
Alabastro, en su álbum “Todo” del año 2006, que en buena letra y melodía puede
verse y escucharse:
TODO TIENE SU TIEMPO
// la vida es a si
Tenemos un tiempo de nacer y otro de morir
y el poder reír y el poder llorar y el poder bailar
Tiempo en nuestra vida
donde hay guerra y otro de paz
todo llegara //
todo tiene su tiempo todo en esta vida tiene su hora y su momento
la vida se termina tiene que pasar de prisa como un pensamiento
y somos como hojas que se las lleva el viento
todo tiene su tiempo todo en esta vida tiene su hora y su momento
tenemos que disfrutar de las cosas bellas que nos da el cielo
olvida lo malo y vive lo bueno
Cada amanecer
// Cada día que pasa es un regalo que dios nos da
cada minuto cada segundo hay que aprovechar
vive con alegría busca la paz y síguela y no dejes ya mas //
todo tiene su tiempo todo en esta vida tiene su hora y su momento
la vida se termina tiene que pasar de prisa como un pensamiento
y somos como hojas que se las lleva el viento
todo tiene su tiempo todo en esta vida tiene su hora y su momento
tenemos que disfrutar de las cosas bellas que nos da el cielo
La canción nos recuerda que cada día que pasa es un regalo de Dios y no
hay que desperdiciarlo, disfrutando lo bueno, haciendo el bien, cumpliendo los
mandamientos, cada segundo de nuestra existencia hay que aprovecharlo al máximo
de la mejor manera. Vivamos según los mandamientos de Creador y no caigamos en
la vanidad que tanto ha causado daño a la humanidad, pues: ¿Quién puede ser
vanidoso a los ojos del creador de todas las cosas?
CAPÍTULO II
EL REDENTOR QUE NOS LIBERA DE LA VANIDAD
El Redentor
Según
el Diccionario de la Real Academia Española On Line (2014), hace referencia a
la palabra redentor como un adjetivo “que redime” (para.3), y ésta a su vez a
la acción de redimir, de la cual leemos:
Del lat. redimĕre.
1. tr. Rescatar o sacar de esclavitud al
cautivo mediante precio. U. t. c. prnl.
2. tr. Comprar de nuevo algo que se había
vendido, poseído o tenido por alguna razón o título. 3. tr. Dicho de quien
cancela su derecho o de quien consigue la liberación: Dejar libre algo
hipotecado, empeñado o sujeto a otro gravamen. 4. tr. Librar de una obligación
o extinguirla. U. t. c. prnl. 5. tr. Poner término a algún vejamen, dolor,
penuria u otra adversidad o molestia. U. t. c. prnl. (Diccionario de la Real
Academia Española On Line 2014, para.1-6)
Es Jesucristo nuestro redentor, nuestro salvador, nuestro liberador, a
quién debemos todo y nos señala el único camino a la verdad y a la vida. Ningún
vanidoso, ni nadie que tenga o no tenga riquezas o pobrezas, salud o enfermedad,
sabiduría o ignorancia, poder o sumisión,
fuerza o debilidad o cualquier forma existente o ausente, de la
naturaleza que sea, no puede llegar a Dios sino es a través de él, de su hijo,
nuestro señor.
Tanto es el amor que tiene nuestro Padre a la humanidad, que no somos
dignos de ello, puesto que somos pecadores, incluso desde que nacemos ya
venimos con el pecado, pero lo conmovedor y extraordinario del caso, es que nos
ama, “porque de tal manera
amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en
él cree no se pierda, mas tenga vida eterna” Jn 3, 16. [6], he aquí la forma más grande que ha tenido nuestro Padre para con nosotros, entregó a esta humanidad a su hijo para redimirnos, “quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí mismo un pueblo propio, celoso de buenas obras” Tit 2,14.
Ahora bien,
siguiendo la línea de la redención, analicemos “Redemptor Hominis”, una de las
catorce Encíclicas que hizo El Papa Juan Pablo II, firmada el 4 de marzo de
1979, en la cual se desarrollan cuatro tópicos, a saber: herencia, el misterio
de la redención, el hombre redimido y su
situación en el mundo contemporáneo y finaliza con la misión de la Iglesia y la
suerte del hombre.
La Encíclica empieza llamado la atención en
cuanto al milenio, pues llevamos dos de ellos y como era y sigue siendo desde
el principio, “El Redentor del hombre, Jesucristo, es el centro del cosmos y de
la historia” RH 1a[7]. En todo los tiempos de la humanidad han
existido una variedad de personajes que se han destacado en diferentes áreas,
como es el caso de Aristóteles en la filosofía; el de Alejandro Magno en las
artes militares; el de los derechos de
los esclavos a ser libres con Abraham Lincoln; en la literatura nigeriana con
Wole Soyinka; el de Yoichiro Nambu en la asimetría teórica del universo, así como una lista interminable de la cual solo se hace
referencia para resaltar algunos nombres que quizás sean conocidos por todos,
pero que de alguna forma, siempre se nos escapa alguno. Sin embargo, podrán
pasar dos milenios, tres o más, pero jamás se olvidará lo que Dios nos ha dado
como herencia: Jesús.
Juan Pablo II, predecesor
de Juan Pablo I, escribió “me toca a mí no sólo
continuarlo sino también, en cierto modo, asumirlo desde su mismo punto de
partida” RH 2b, de ahí la importancia que tiene el mensaje difundido por Juan
Pablo I y su llamado de atención, en el cual expresa:
La Iglesia, llena de admiración y simpatía hacia las conquistas del
ingenio humano, pretende además salvar al mundo, sediento de vida y de amor, de
los peligros que le acechan. El Evangelio llama a todos sus hijos a poner las
propias fuerzas, y la misma vida, al servicio de los hermanos, en nombre de la
caridad de Cristo:«Nadie tiene amor mayor
que éste de dar uno la vida por sus amigos» (Jn 15,13). En este momento solemne, pretendemos consagrar
todo lo que somos y podemos a este fin supremo, hasta el último aliento,
consciente del encargo que Cristo mismo nos ha confiado: «Confirma a tus
hermanos» (Lc 22, 32) UEO 1H[8]
Lógicamente El Papa Juan Pablo II continuará esta línea, de la hermosa
misión y el gran ministerio para con Cristo Redentor y La Iglesia, de salvar a
la humanidad. También en sus primeras palabras da “gracias al Concilio Vaticano II, convocado e inaugurado por Juan XXIII
y, después, felizmente concluido y actuado con perseverancia por Pablo VI” RH
3a. En este Concilio se hace énfasis a la “conciencia contemporánea de la
Iglesia” RH 3b. Es de todos bien
conocido que La Iglesia está fundada en la humildad, tiene sentido crítico en
su carácter y actividad humana, se auto exige, pero además se debe tener justo
cuidado con el criticismo, pues “el espíritu críticono sería expresión de la actitud de servicio, sino más bien de la
voluntad de dirigir la opinión de los demás según la opinión propia, divulgada
a veces de manera demasiado desconsiderada” RH 4a. Por lo tanto, a través del
tiempo, La Iglesia se ha fortificado ante las extrañas críticas inmoderadas y
ha madurado “en el espíritu de discernimiento” RH 4b, teniendo en cuenta la
responsabilidad del apostolado y “otras formas de colaboración colegial” RH 5d.
Finalmente termina el tópico de la herencia con la apertura “al acercamiento
con los representantes de las religiones no cristianas, y que se expresa a
través del diálogo, los contactos, la oración comunitaria, la búsqueda de los
tesoros de la espiritualidad humana” RH 6c, pues nos invita a unirnos en
Cristo.
Ahora bien, el segundo tópico de La Encíclica
tiene por título: El misterio de la redención. Aquí nuestro Papa Juan Pablo II
nos señala que La Iglesia busca constantemente las rutas para llevar a todas
las personas a Cristo y que ningún espacio del planeta quede sin su palabra “Y les dijo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda
criatura” Mc 16,15. Es por ello que “La Iglesia vive su misterio, lo alcanza
sin cansarse nunca y busca continuamente los caminos para acercar este misterio
de su Maestro y Señor al género humano: a los pueblos, a las naciones, a las
generaciones” RH 7d. Todo fluye a una fuente, al “¡Redentor del mundo!En Él se ha revelado de un modo nuevo y más admirable la verdad
fundamental sobre la creación” RH 8a. No es el hombre que salvará la humanidad,
es mediante Cristo Jesús.
Hoy vemos la vanidad del
hombre, con su tecnología, sus inventos, su técnica y todos sus esfuerzos por
dominar la Tierra y ¿qué ha conseguido?, ¿qué hemos conseguido? Tenemos miedo
de nosotros, pues basta con recordar la monstruosidad del famoso Proyecto
Manhattan y su consumación los días
lunes 6 y jueves 9 de agosto del año 1945, así como las secuelas físicas,
psicológicas, ambientales y morales. Por lo tanto, “La ciencia no siempre busca
el bien de la humanidad, en este caso produce armas mortales” (Carvajal, 2012,
p.31).
A pesar de estos hechos,
la dimensión divina en lo que respecta al misterio de la redención es inmensa,
de la cual no somos merecedores de ella, por lo tanto se recuerda que “tal
revelación del amor y de la misericordia tiene en la historia del hombre una
forma y un nombre: se llama Jesucristo” RH 9b, así que:
El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser
incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si
no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no
participa en él vivamente. Por esto precisamente, Cristo Redentor, como se ha
dicho anteriormente, revela plenamente el hombre al mismo hombre. Tal es —si se
puede expresar así— la dimensión humana del misterio de la Redención. En esta
dimensión el hombre vuelve a encontrar la grandeza, la dignidad y el valor
propios de su humanidad. RH 10a.
“El Concilio Vaticano II ha
llevado a cabo un trabajo inmenso para formar la conciencia plena y universal
de la Iglesia” RH 11a, razón por la cual, La Iglesia a lo largo de la historia
humana, ha dirigido la mirada de las personas hacia el misterio del Redentor,
sea cual sea su inclinación o fe religiosa, incluso hace “una atención especial
a la religión judía, recordando el gran patrimonio espiritual y común a los
cristianos y a los judíos, y ha expresado su estima hacia los creyentes del
Islam, cuya fe se refiere también a Abrahán” RH 11b. Esta apertura dada en el
Concilio Vaticano II, refleja lo que La Iglesia siempre ha pretendido y es el
de “alcanzar una conciencia más completa del misterio de Cristo” RH 11c, por
ello, toda la humanidad debe fortalecerse y unirse en Cristo Jesús. Esta
actitud misionera que distingue a La Iglesia constantemente, parte de su
profundo sentimiento de “estima frente a lo que «en el hombre había», por lo
que él mismo, en lo íntimo de su espíritu, ha elaborado respecto a los
problemas más profundos e importantes” RH 12a y previniendo la autodestrucción
del mismo, buscando a Cristo, nuestro Redentor, para que cada una de las
personas se salve por completo, para ser una nueva persona, “De modo que si
alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas
son hechas nuevas” 2 Co 5,17.
La Encíclica sigue en su
tercer tópico con: El hombre redimido y su situación en el mundo contemporáneo.
Señala que “Jesucristo es el camino principal de la Iglesia. Él mismo es
nuestro camino «hacia la casa del Padre»y es también el camino
hacia cada hombre” RH 13b, por consiguiente, no hay ningún otro camino que el
de Jesús. La Iglesia no está atada a ninguna ideología política ni partido
alguno, tampoco tiene ningún compromiso que no sea el ministerio de Cristo, por
lo tanto, el trayecto de la Iglesia constantemente conlleva al hombre, del cual
no se le puede abandonar, siendo además “consciente de la «situación» de él. Es
decir, debe ser consciente de sus posibilidades, que toman siempre nueva
orientación y de este modo se manifiestan; la Iglesia, al mismo tiempo, debe
ser consciente de las amenazas que se presentan al hombre” RH 14d, debido a que
tiene miedo de sí mismo, pues sus frutos vanidosos de intelectualidad y
cientificidad, se han puesto en su contra, tanto así, que su famoso progreso se
pierde de vista, por tanto, se debe exigir enfáticamente, “un desarrollo
proporcional de la moral y de la ética” RH 15d.
Juan Pablo II también
advierte que “nos encontramos ante un grave drama que no puede dejarnos
indiferentes: el sujeto que, por un lado, trata de sacar el máximo provecho y
el que, por otro lado, sufre los daños y las injurias es siempre el hombre” RH
16f. Este drama trajo como consecuencia
la creación de la Organización de las Naciones Unidas fundada el 24 de octubre
de 1945 y en cuyas letras explican sus propósitos, a saber: mantener la paz en
todo el planeta; fomentar la amistad y el respeto entre las naciones; cooperar
en la solución de los diversos problemas de cada región, así como el fiel
cumplimiento de los derechos humanos y el de establecer la armonía entre todas
las naciones del mundo. A este respecto, cabe señalar lo expuesto por García
(2014):
Como una carta, se trata de un tratado constitutivo, y todos los
miembros están obligados por sus artículos. Además, la Carta establece las
obligaciones de las Naciones Unidas por encima de las demás obligaciones del
tratado. La mayoría de los países del mundo han ratificado ya la Carta. (p.2)
Sin embargo, los acontecimientos vividos a finales del siglo XX y
principios del siglo XXI, no han dado la tan anhelada paz en el mundo, al
parecer, es pura letra. Podríamos mencionar varias guerras como la de Corea, la
de Vietnam y la del medio oriente entre otras, como un claro ejemplo de no
haber alcanzado dicha paz. ¿Por qué?, acaso ¿falta algo o alguien que garantice
la estabilidad de las naciones?, ¿no es suficiente que diversas personas están
pendiente de la paz?. “Al compartir la alegría de esta conquista con todos los hombres de buena
voluntad, con todos los hombres que aman de veras la justicia y la paz, la
Iglesia, consciente de que la sola «letra» puede matar, mientras solamente «el
espíritu da vida»” RH 17e, por lo tanto, solo Cristo garantiza los derechos del
hombre.
El último tópico de La
Encíclica de su Santidad Juan Pablo II trata de: La misión de La Iglesia y la
suerte del hombre. Ya sabemos que ella cumple el ministerio de servir a la
humanidad, ella “cumple este ministerio suyo, participando en el «triple
oficio» que es propio de su mismo Maestro y Redentor” RH 18d, tanto en el
aspecto del sacerdocio, como el profético y el de la realidad del hombre. Con
ello, La Iglesia debe ser la responsable de la verdad, por lo tanto, “conviene que, unida a este hecho, la
responsabilidad de la Iglesia por la verdad divina sea cada vez más, y de
distintos modos, compartida por todos” RH 19f.
Siempre debemos compartir
dicha responsabilidad con La Iglesia, una de tantas formas de ella sería,
participando con fe y amor en el Sacramento de La Eucaristía. Reflexionando
sobre el pan y el vino de aquella última cena que Jesús compartió con los discípulos.
“En efecto, en este Sacramento se renueva continuamente, por voluntad de
Cristo, el misterio del sacrificio, que Él hizo de sí mismo al Padre sobre el
altar de la Cruz: sacrificio que el Padre aceptó” RH 20a.
La Iglesia debe siempre tener
vocación en Cristo, jamás debe apartarse de este principio al servir a la
humanidad, razón por la cual, Juan Pablo II escribió:
Este principio, regla-clave de toda la praxis cristiana —praxis
apostólica y pastoral, praxis de la vida interior y de la social— debe
aplicarse de modo justo a todos los hombres y a cada uno de los mismos. También
el Papa, como cada Obispo, debe aplicarla en su vida. Los sacerdotes, los
religiosos y religiosas deben ser fieles a este principio. En base al mismo,
tienen que construir sus vidas los esposos, los padres, las mujeres y los
hombres de condición y profesión diversas, comenzando por los que ocupan en la
sociedad los puestos más altos y finalizando por los que desempeñan las tareas
más humildes. RH 21d.
Hay que destacar que La iglesia, además de cumplir a cabalidad con el
principio de vocación en Cristo y uniéndose a plenitud en el ministerio del
Redentor, apela a llevar un dinamismo “del misterio de
la Redención con todo hombre” RH 22a, y “si somos conscientes de esta
incumbencia, entonces nos parece comprender mejor lo que significa decir que la
Iglesia es madre” RH 22b. Una madre que no abandona a sus hijos y que desea
salvar por medio de Cristo, a toda la humanidad.
Y nosotros, ¿cómo podemos
ayudar a salvar a la humanidad?
CAPÍTULO III
DETRÁS DE LA MÁSCARA
Visión Global
Muy difícil sería explicar el
significado de la palabra persona en esencia, si no recurrimos a la raíz latina
de su término, en consecuencia, Torres (2010) señala que “personare significa
sonar a través de” (p.75), y esto podría explicarse por medio de las
dramatizaciones que se hacían en el teatro griego, pues como es sabido, los
actores utilizaban máscaras, éstas a su vez tenían un orificio por donde podía salir
la voz de ellos y así el público, además de ver a los personajes, también los
podían escuchar. Al respecto, Napolitano (1990) refiere que dicho término en su
etimología, viene del griego “prósopon
que significa máscara. En efecto, está compuesta por la preposición prós que significa delante y opé que significa mirada, vista” (p.5),
por lo tanto, nos encontramos con dos perspectivas, una que está en el
exterior, es decir, delante de la careta y de la cual, otras personas la pueden
percibir de alguna manera, aunque nunca en forma objetiva ni certera; y la
otra, está detrás de la máscara, en la cual no todos logran percibirla, debido
a la autoprotección de la misma, llamada intimidad, aunque paradójicamente
tampoco se llega a conocer por completo el mundo interior de la misma persona,
debido a varios factores, entre ellos, la influencia del medio social, en donde
se puede potencialmente adquirir y aprender comportamientos y costumbres, los
cuales pueden ser llevados a la morada del mismo, pasando en el mejor de los
casos, por una serie de filtros, entre ellos, la formación, la convicción y los
valores, los cuales se suponen, se han adquirido en la existencia individual de
cada ser, lógicamente, a través del tiempo.
Ahora bien, una de tantas
preguntas inquietantes en la vida, procede desde el mismo ser, nadie ha podido
en forma absoluta y viéndose al espejo, contestarse ¿quién soy?, ¿qué es la
persona?, ¿quiénes somos?, entre otras. Aunque podría tener una aproximación al
responderlas, no se llegaría jamás a contestarlas correctamente en forma
absoluta, pues toda definición carecería de criterio universal, es decir, lo
que significa para alguien, no necesariamente significa igual para el otro, por
lo tanto, definir el concepto de persona es una tarea complicada y va más allá
de lo que se espera, aunque tampoco es intención reducir el concepto a unas
simples líneas, sino más bien, destacar una postura alterativa a dicho
significado, es decir, buscando la “virtud de alterar en sentido favorable”
(Diccionario de la Real Academia Española On Line, 2014, para.1) el significado
de persona.
El significado de la persona
Toda persona tiene una serie
de características, una muy básica que resalta a la vista, es la existencia y
evidencia de un cuerpo, sin embargo, en la historia hubo resistencia de aceptar
al cuerpo como parte de la persona, a este respecto, filósofos como Pitágoras
veían al alma dentro del cuerpo como si estuviera prisionera y castigada,
Descarte incluso hablaba de una especie de ángeles que parecida a la concepción
de Platón sobre el hombre, caían del cielo y entraban en los cuerpos de los
hombres, a este respecto, Fernández-Burillo (s/f), afirma:
Es célebre la concepción platónica del hombre, como una divinidad caída
de la región celeste, que vive añorando el mundo ideal. Esos pensadores, no
obstante, se sintieron insatisfechos al no poder dar una explicación de la
corporeidad del hecho de que lo aprendemos todo por medio de los sentidos, que
son orgánicos, y de que pasemos la vida trabajando y modificando el mundo. La
inaceptación del mundo o de la materia es inaceptación del propio cuerpo (los
sentidos, la memoria). El ser del hombre se liga al mundo. Nos afectan las
mismas dificultades de comprensión: hay un misterio del hombre, y hay un
misterio del mundo. La condición misteriosa es propia de la realidad. Eso se
debe a que el ser funda el pensar, pero trasciende el pensar (hay más ser que
saber). El cuerpo es la parte de nosotros mismos que escapan al pensamiento,
que depende del mundo. (p.127)
Por ello, nuestro cuerpo
forma parte del sentido de ser persona, incluso, la ausencia o añadidura de
alguna parte del cuerpo influiría en nosotros y en el contorno social, es
decir, en los otros, ya sea en forma positiva o negativa, pero lo seguro es que
marcaría a la persona en sí y podría ser considerada y tratada de forma
diferente, sobre todo en aquellas personas que no saben valorar ni respetar al
prójimo, llegando incluso a la burla y a la humillación. Así mismo, la
vestimenta y los accesorios que se asignan al cuerpo, influirá en la persona y
generará una imagen, que será percibida y valorada por otros, por ello, hay que
ser sensato a la hora de seleccionar lo que le coloquemos al cuerpo, y también
lo que le demos en forma física o material, es decir, lo que digerimos y va a
nuestro cuerpo. Un detalle importante del significado y valoración de la
persona, es que, a pesar de que exista un cuerpo pequeño, como por ejemplo, un
feto formándose en el vientre de una mujer, se le debe considerar persona en el
sentido de respeto a la dignidad humana, garantizándole así, el respeto a
existir, a vivir y a complementarse como persona en su devenir. Por ello, el
cuerpo forma parte de la persona, en consecuencia:
El cuerpo es parte de nuestro
ser, nuestra presencia en el mundo, parte de nuestra naturaleza. No somos unos
extraños en el mundo, tenemos mucho en común con él; genéricamente, el hombre
es cuerpo viviente y animal. ¿Qué es lo específico? Tener el uso de la palabra,
y el uso de las cosas. (Fernández-Burillo, s/f, p.21)
De aquí se desprende otra
característica que tenemos como persona y es la forma de cómo nos comunicamos,
es decir, el lenguaje y cómo este a su vez, hace posible que podamos
relacionarnos con otras personas, además de compartir e intercambiar ideas. Al
respecto, señala Bolett (2008) que el lenguaje “es una facultad humana, la
capacidad que tienen los hombres de comunicarse por medio de un sistema de
signos vocales...”(p.81). Esto implica una serie de operaciones inmanentes, tales
como aprender el modelo comunicativo básico que incluye entre varios elementos,
el canal, del que transmitirá sus mensajes, es decir, sus sonidos y
pronunciaciones, así como los códigos que en sentido estricto, sería su lengua
hablada, con la finalidad de que su receptor o receptores, le entiendan. Esta
característica va a colocar al ser humano en la cúspide de todos los seres
vivos en el mundo, y a su vez, va a reflejar la inteligencia humana, pues el
habla representa “el signo externo del pensamiento” ( Fernández-Burillo, s/f,
p.13).
A su vez, ésta comunicación
lo hará partícipe y protagonista del medio en el que se desenvuelve, con ello
se revela, “el vínculo necesitante de la comunión y, ésta, el conocimiento que
es el ámbito social donde se concretiza” (Napolitano, 1990, p.5), con ello, se
tratará de evitar el solipsismo, razón por la cual, toda persona necesita de
otras para desarrollarse, tanto en el contexto social y cultural de la
comunidad y su interrelación con la misma. Toda persona debe respetar las
reglas sociales establecidas y tener normativas para vivir en comunión con el
otro, por ello, fue necesario un contrato o “pacto, que Hobbes denominó:
contrato social” (Desiato, 1995, p.171). Dicho contrato hará que los hombres se
comprometan a convivir de forma pacífica, asegurar de esta forma los beneficios
o derechos, además de los deberes, con el fin de tratar de evitar conflictos,
así como dañar o perjudicar a otros. Aunque esta postura no garantiza la
armonía total, al menos se crea un paso a la comunión con el otro, en donde una
persona ve en la otra, la trascendencia de la esencia de ser persona, es decir,
si vemos lo valioso e importante que puede ser la otra persona, regresamos a
nuestro interior, auto valorándonos y asumiendo lo valioso que somos como
personas. “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en
graneros; y, sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis
vosotros mucho más que ellas?”Ma 6,26 [9]
Entonces, tenemos que “optar
por ser uno mismo en la comunión alterativa, y vivir una vida de experiencias
reflexivas en un mundo de valores morales, espirituales, culturales, sociales”
(Napolitano, 1990, p.8),en la cual, simultáneamente se vaya construyendo una
justa estructura social, en donde cada persona sea respetada con dignidad, se
presente el amor en la praxis social y se conforme así un mundo nuevo,
modificando así, la naturaleza humana del hombre, entre otras, por medio de la
educación. A este respecto, señala Desiato (1995):
En lo que se refiere a posibilidad de modificar la naturaleza humana,
William Godwin en una obra sobre la justicia política de 1793, aseveraba que
los caracteres de los hombres se originan en las circunstancias. Lo que nace en
el mundo es simplemente un bosquejo inconcluso, sin carácter definido. También
Condorcet en El progreso del espíritu humano (1795) piensa que el hombre
depende enteramente de la experiencia y que cambia desde el exterior. Así las
cosas, es posible pensar en su perfectibilidad, por medio de una educación a lo
largo de los siglos. Condorcet llega inclusive a decir que las mejoras logradas
por la experiencia luego podían transmitirse, por herencia, de padres a
hijos.”(p.200).
Esta comunión del hombre en
la comunidad, en el grupo, va a influir recíprocamente en cada una de las
personas, pero se debe hacer un mayor énfasis desde la perspectiva individual
de cada uno, es decir, del quién está detrás de la máscara. Sí queremos educar
y mejorar este mundo, empecemos por nosotros mismos, empecemos a ser gente, a
ser personas y dejemos a un lado las luchas de clase sociales que tanto daño
han dado a la humanidad, dejemos el egoísmo, el rencor, los recelos, la
envidia, la injusticia, el odio y cualquier otra forma que contradiga el amor al
ser humano. Como expresa Napolitano (1990):
Esta virtud del amor es el horizonte y fundamento de la conciencia
trascendental que se proyecta libremente, y se abre a la trascendencia intersubjetiva
en la que el amor del cara-a-cara es un acto supremo del ser humano que
testimonia la autentificación de la propia identidad respetando la identidad
del otro. (p.11)
Por lo tanto, el hombre no debe ser un medio,
sino el eje central de la sociedad, de política y de la economía, para poder
empezar a establecer una sana sociedad, sin explotar al hombre y así poder
liberarlo de su condición inhumana en la cual hoy en día está sumergido. “No
podemos realmente establecer una sociedad justa, si no comprendemos realmente
que mi yo no está por encima de tú” (Napolitano, 1990, p.11). Colocar la
economía al servicio del hombre y no el hombre al servicio de la economía,
igual sucedería con la política, la justicia y la misma sociedad.
Esto no podría llevarse a cabo
sin la esencia del amor, el amor a las personas. Si no a se llega a amar a las
personas, no podremos mejorar nunca el mundo, ya estaba escrito que después del
primer mandamiento de amar a Dios , tendríamos que prestar atención a otro que
dice: “Y el segundo es semejante: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.”” Ma 22,392[10]
Otra característica de ser
persona, es la adquisición de valores y llevarlos a la práctica existencial,
“vivir según el valor, es aceptar la ley moral, introducirse en el valor
universal de la ley y vivir ese valor” (Napolitano, 1990, p.13). De qué
serviría conocer los conceptos o definiciones de ciertos valores, si no lo
aplicamos a nuestras vidas. La forma de comportarnos, así como las decisiones y
convicciones que asumimos y de las cuales accionamos, presentan valores, por lo
tanto, “el valor es la convicción razonada y firme de que algo es bueno o
malo”(Tierno, 1992,p.11). Los valores morales amoldan a los valores
intelectuales, estéticos, culturales, utilitarios entre otros, y a su vez,
amoldan al ser, a la persona, de ahí su plena importancia en el desarrollo de
la personalidad.
Así pues, surge en cada ser
humano una lucha interior, en la cual estamos modificando nuestras actitudes y
conductas, estamos en el proceso de conversión por ser mejores personas según
las leyes morales, con ello, “solo cambiando, cambiamos lo social. Afirma
Rogers: “la ciencia nunca puede amenazarnos; sólo las personas pueden hacerlo””
(Napolitano, 1990, p.15). Por lo tanto, sí queremos un mundo nuevo, debemos
empezar por nosotros mismos. Sí deseamos por ejemplo, la paz mundial, debemos
tener nosotros primero una paz interior y compartirla con el exterior.
La persona debe ayudar a otras
personas, debido a que pertenece a un contorno social, pues es a su vez
protagonista y partícipe de ella, es decir, para estar en armonía con su medio
social, tiene que involucrarse en el cambio positivo de ella, pues esta
sociedad influirá recíprocamente en la persona, ya sea en forma directa o
indirecta, pero lo seguro es que influirá. “Amando a los hombres amamos a Dios,
y amamos a Dios porque amamos a los hombres”(Napolitano, 1990, p.17).
La persona o ser persona, debe
enfocarse desde la propia ley moral, esto quiere decir, vivir en comunión
participativa con la comunidad, ayudando a liberar en forma democrática a todos
por igual, sin exclusiones raciales, sociales o de otra índole. Debemos por lo
tanto comportarnos como ciudadanos ejemplares de la ciudad, dando el ejemplo a
los demás, y por otra parte, siendo solidario con todas las personas, tomando en
cuenta las orientaciones dadas por la palabra de Dios, también por quienes han
aportado mejoras a la humanidad y han servido de ejemplo social, tal es el caso
de la hermana Teresa de Calcuta, el doctor José Gregorio Hernández, el Papa
Juan Pablo II, entre otros, sin menospreciar, por ejemplo, a Mahatma Gandhi,
Martin Luther King o Jean-Paul Sartre.
Esta construcción social no
debe ser impuesta a la fuerza, debemos todos construirla y participar en forma
democrática, pues hasta ahora, ha sido la democracia un sistema pactado por
todos los hombres, elegido por los mismos. Quizás no sea un sistema perfecto,
pero lo que es seguro y salta a la vista, es el derecho a la participación y el
protagonismo en el mismo, eligiendo un camino que sea establecido por la
mayoría y no por una minoría, así se evidencia el respeto por el otro, sin
imponerse, ni someter una clase social, en la otra. Por ello expresa Napalitano
(1990):
El hombre debe ser
respetado por la dignidad particular que le es propia. No tiene sólo deberes,
sino también derechos. Derecho a forjar su destino; derecho a vivir en libertad;
derecho a ser persona; derecho a vivir como persona; derecho a su propia autogestión.
Es falso pensar que es sólo en la dimensión política donde se atenta contra los
derechos humanos. Cuando no se le da un justo salario, cuando se atropella por
su condición de pobre o de subalterno,...se atenta contra los derechos de la persona
humana. (p.21-22)
Por lo tanto, empecemos a cambiar
nuestro mundo interno y luego el externo con la guía de Dios, así podremos
formar un mundo nuevo. ¿De qué otra forma sería, si no es con la ayuda de
Dios?.
CAPÍTULO IV
¿CÓMO SE LLEGA A LA RADICALIDAD?
Visión Global.
La meditación que concierne al estudio del
hombre sobre sí mismo, viene siendo una ardua tarea antropológica, a este
respecto Buber (1967), menciona una complejidad “desde los primeros tiempos,
que él es el objeto más digno de estudio, pero parece como si no se atreviera a
tratar este objeto como un todo, a investigar su ser y sentido auténticos”
(p.11). Así pues, en los primeros tiempos de la filosofía antigua, observamos
como los griegos se esforzaron por indagar en la filosofía primera, desde lo
que actualmente llamaríamos metafísica, destacándose “todo aquello que se
encuentra más allá de lo físico, esto es, más allá del mundo sensible,
perceptible y material” (Grondin,2004, p.21). He aquí los primeros intentos de
estudiar al ser humano, de la secuencia de la existencia del hombre como
humano, como ente, como persona y de sus múltiples variaciones que han sufrido
sus terminologías a través del tiempo.
Existe una gran cantidad de literatura referente a la terminología de la
persona, sin embargo, es vital destacar el valor religioso o teológico dado en
El Concilio de Nicea del año 325 y del cual, Zavala (2010) menciona que “en
dicho concilio se discutió la naturaleza divina y humana de Cristo. La
conclusión tiene significación en el concepto de persona. Pues se consideró que
Cristo posee una doble naturaleza (divina & humana), pero es sólo una
persona.” (p.4). Por lo tanto, Cristo es quién representa la radicalidad de la
persona, la salvación, no solamente del
hombre, sino de la humanidad y esta “salvación tiene un carácter estrictamente
radical” (Polo, 1994, p.221), razón por la cual, inclinaremos el presente
tópico, en la radicalidad de la persona.
La radicalidad.
Según el Diccionario de la Real Academia
Española On Line, (2014), hace referencia a la cualidad de radical como:
“Del lat. tardío radicālis, y este der. del lat. radix, -īcis 'raíz'.
1. adj. Perteneciente o relativo a la raíz.
2. adj. Fundamental o esencial.
3. adj. Total o completo. Cambio radical.
4. adj. Partidario de reformas extremas. U. t. c. s.
5. adj. Extremoso, tajante, intransigente.
6. adj. Bot. Dicho de cualquier parte de una planta: Que nace
inmediatamente de la raíz. Hoja, tallo radical.
7. adj. Gram. Perteneciente o relativo a las raíces (‖ de las palabras).
8. adj. Gram. Dicho de un segmento morfológico: Que constituye la raíz
de la palabra. U. m. c. s. m.
9. adj. Mat. Dicho de un signo (√): Que indica la operación de extraer
raíces. U. t. c. s. m.
10. m. Quím. Agrupamiento de átomos que interviene como una unidad en un
compuesto químico y pasa inalterado de unas combinaciones a otras. (para.1-11).
Así pues, la radicalidad va
a la raíz, a lo fundamental del hombre, a su esencia, a su profundidad, a su
búsqueda desesperada de su ser. También
es importante indagar sobre el concepto de la radicalidad en la persona, en
función de lo que señala Buber (1967), quién manifiesta que Kant delimitó el campo de la
antropología filosófica en cuatro preguntas esenciales “1.- ¿Qué puedo saber?
2.- ¿Qué debo hacer? 3.- ¿Qué me cabe esperar? 4.- ¿Qué es el hombre?” (p.13). En
tal sentido, la respuesta a la primera se enmarca en el ámbito de la
metafísica; la segunda se profundiza en la moral; la tercera se puede explicar
desde la teología, pero la última se vierte esencialmente en la antropología
filosófica, que etimológicamente significa el “estudio o investigación del
hombre” (Cavero, 2013, para.5), y ésta a su vez, en la persona. Sin embargo, “la
radicalidad de la persona se destaca en la teología cristiana, y su
consideración desde otro ángulo comporta un desenfoque inevitable” (Polo, 1994,
p.220-221), pues la persona, al estar en el mundo, está rodeado,
lamentablemente por el mal y se hunde inevitablemente en él. La persona no
puede salir de ese mundo por su propia cuenta, pues está escrito: “Reconozco, oh SEÑOR, que el hombre no es señor de su camino ni el hombre
que camina es capaz de afirmar sus pasos. Corrígeme, oh SEÑOR, pero con tu
juicio; no con tu furor, para que no me empequeñezcas.” Jer 10, 23-24[11].
Pero, ¿qué es la radicalidad de la persona? La respuesta no es tan
sencilla y desde los antiguos griegos, pasando por San Nicodemo, San Pablo,
Santo Tomás de Aquino, Hume, Kant, Hegel, Nietzsche, Heidegger, Sastre, hasta
nuestros días, solo se han aproximado, pero han dejado grietas en el camino en
sus concepciones y definiciones. Ahora bien, según Marrero (2008), expresa:
“Una persona radical
es aquella que se plantea no sólo la raíz de las cosas, sino sus causas
últimas. Es aquella que llega hasta el fondo de TODO. Se caracterizan por NO
emplear términos medios, para ellos no existen las casualidades, todo tiene un
por qué. Se es blanco o negro, no hay matices, ni grises, el vaso está lleno o
vacío, no medio lleno o medio vacío, es todo o nada. El radical es aquel de postura extrema ante un
tema, de convicciones muy claras, pero, en general, extremistas, se es o no se
es, se tiene o no se tiene, se siente o no se siente, nada es a medias. Por
otra parte defiende su posición a capa y espada y es tarea titánica convencerle
de lo contrario. Generalmente suelen ser intransigentes ante ciertos eventos y
se muestran muy tajantes desde su punto de vista...” (p.21-22)
Ese llegar al fondo de todo, representa el
hundimiento del ser humano, de su mundo, de su raíz y por lo tanto, cuando se
llega a la profundidad, empieza a resaltar la inestabilidad, una inestabilidad
que se percibe hoy en día en cualquier lugar, por ejemplo, el Programa Mundial
de Alimentos (2016) señala:
“1.- Alrededor de
795 millones de personas en el mundo no tienen suficientes alimentos para
llevar una vida saludable y activa. Eso es casi uno de cada nueve personas en
la tierra…3.- Asia es el continente con la mayor cantidad de personas del
mundo que padecen hambre (dos tercios del total). El porcentaje en el sur de
Asia se ha reducido en los últimos años, pero en Asia occidental ha aumentado
ligeramente…4.- África subsahariana es la región con mayor prevalencia
(porcentaje de la población) con hambre. Una persona de cada cuatro presenta
desnutrición…5.- La nutrición deficiente es la causa de casi la mitad (45%) de
las muertes en niños menores de cinco - 3,1 millones de niños cada año…9.- 66
millones de niños en edad escolar primaria asisten a clases con hambre en los
países en desarrollo. Sólo en África hay 23 millones.” (para.3-11)
Eso sin contar la delincuencia, las guerras,
los antivalores expuestos por los medios de comunicación, la corrupción, los
conflictos ideológicos y partidistas que se atacan mutuamente, pero que al
final, perjudican a un pueblo que solo es utilizado ingenuamente cada cierto tiempo, para votar
democráticamente y luego ser olvidado hasta las nuevas elecciones. ¿Qué más
hundimiento puede experimentar la persona humana?
Nosotros, las personas,
habitamos un lugar en el espacio y a pesar de que manifestemos un
comportamiento ético y moral, estamos inmersos en el mundo, por lo tanto, lo
que suceda a nuestro alrededor afectará directa o indirectamente nuestro
presencia, nuestra forma y calidad de vida. ¿De qué le sirve a una persona
tener la vanidad de lujos, de bienes, de riquezas materiales, de conocimientos,
de una buena vestimenta, un buen peinado, un magnífico celular, entre otras
posibles adquisiciones, si convive en un mundo lleno de maldad?. Esa maldad desestabiliza a la persona, la
coloca al margen del miedo, de la zozobra, de la angustia, y por ende, la lleva
a la radicalidad de ella misma.
Entonces la persona empieza
a querer mejorar la situación, empieza a tener interés por el mundo, a cuidar
de él, hace todo lo posible, busca las herramientas para salir de esa
inestabilidad, pero a pesar de sus esfuerzos, se siente frustrada, observa como
el caos se apodera cada día más y más del mundo, “pues el hundimiento de un
mundo es inevitable” (Polo, 1994, p.213), surge entonces, lo radical en la
persona y la incidencia se expande, se multiplica esta radicalidad, toca a la
colectividad, a la comunidad, a la sociedad o como mejor quieran decirlo, tocan
al ser humano. “Su acercamiento al mundo es una incidencia masiva, algo así
como un golpe imprevisible e incontrolable” (Ibíd., p.210).
Si bien, la persona trata de solucionar
o de desear un mundo en armonía, como lo cantan Ricardo Montaner y Michelle
(1992), en un mundo ideal, de la disquera Rodven Records:
“Yo te quiero enseñar, un fantástico mundo. / Ven princesa y deja a tu
corazón soñar. / Yo te puedo mostrar, cosas maravillosas. / Ven princesa y
déjate llevar a un mundo ideal. / Un mundo ideal. / Un mundo en el que tu y yo
/ podamos decidir como vivir / sin nadie que lo impida. / Un mundo ideal que
nunca pude imaginar. / Donde ya comprendí, que junto a ti el mundo es un lugar
para soñar…”
Fuente: Youtube en https://www.youtube.com/watch?v=rFskeT4N6lU.
Pero lamentablemente se
estrella, a pesar de esta búsqueda ideal de aquel mundo y deseada, no la logra
poseerla, no llega a ser inmanente en él. Entonces se convierte en frustración y
pasa inmediatamente a identificarse con la radicalidad, hundiéndose más,
llegando desesperadamente a buscar razones lógicas de su situacional en el
mundo, buscando esa verdad que lo libere de su hundimiento. Está escrito: “y
conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” Jn 8, 32[12].
El hombre al querer olvidar
a Dios, al quererlo ignorar, se pierde más, se hunde en su propia miseria. Ni
su propia razón lo lleva a salirse del pozo, de su crisis, pues “el recurso a
la razón, es una simple máscara de la debilidad humana” (Polo, 1994, p.217). Sin
embargo, la intencionalidad del acto de buscar la verdad por medio de la
voluntad no es suficiente, esto obedece al retorno de su búsqueda, pues “el
eterno retorno es la nada de la intencionalidad de la voluntad replegada hacia
el yo, el cual se remite a ella con la obediencia, de un satélite, o como un
parásito” (Ibíd., p.220). Es decir, necesita ayuda, pues él mismo no puede
lograr su salida de aquel hundimiento humano. Hundimiento de querer ser
soberbio, de pretender arreglar el mundo, de creerse dueño de él, de explotar
los recursos naturales renovables y no renovables con su prepotencia, con sus
leyes, con su arrogancia. Razón tiene Luis Guitarra (2012), en su canto: “¿Quién
escucha a quién, cuando hay silencio?, ¿quién empuja a quién, si uno no anda?, ¿quién
recibe más al darse un beso?, ¿quién nos puede dar lo que nos falta?...” Video
Al llegar la persona a su
intimidad, logra cierta radicalidad de su existencia, entonces pasa la persona a lo más intimido de su ser,
llega a ser radical, es decir, luego que la persona se interna en su
hundimiento, empieza a ser diferente, aunque no logrará salirse por sí misma.
Por ello, se dice que “la persona es lo más radical en el hombre, pero no lo
más radical sin más. Dios es la radicalidad máxima; la persona humana no lo es,
puesto que es creada” (Ibíd., p.223).
Entonces, la radicalidad de
la persona llega a su interioridad profunda de su ser, llega a su máxima
expresión, llega a solicitar la ayuda anhelada, la ayuda del salvador que podrá
sacarlo del hundimiento, de su miseria, llega su salvación con Cristo y en
Cristo, ese Cristo que murió por todos nosotros, el Cristo Redentor. Entonces
nacen las preguntas: ¿Quiénes somos?, ¿quién soy?, somos y soy lo que Cristo
nos diga lo que realmente somos. Nadie puede saber quiénes somos realmente,
solo él sabe la verdad de nuestra realidad. ¿Quién más puede ser?.
CAPÍTULO V
EL HOMBRE: ¿REALIDAD INTEGRAL?
El Personalismo.
El personalismo
representa un fenómeno reaccionario a los movimientos sociales que se
intercepta entre las dos guerras mundiales del siglo XX, desarrollándose en
Europa y cuyo fundador de esta corriente filosófica será el francés Emmanuel
Mounier, quien analizará los extremos del individualismo anglosajón y el
colectivismo soviético o totalitario. El primero se refleja con la indiferencia
de unas personas contra las otras, es decir, la no importancia por el prójimo y
olvidando por completo lo dicho por Cristo: “Aquél, respondiendo, dijo: —Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón,
con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo
como a ti mismo.”. Lc 10,27[13]. En este individualismo se destaca la amargura
del egoísmo que coloca a la persona por encima de la sociedad, olvidando la
misma sociedad, su única responsabilidad es consigo misma, sus familiares y
amigos cercanos, contribuyendo así, al alejamiento para con Dios, pues olvidando a las demás personas, se olvida a Dios y también se
olvidan las palabras que llaman la atención: “Amados, si Dios
así nos ha amado, también debemos amarnos unos a otros. Nadie
ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y
su amor se ha perfeccionado en nosotros.”[14]
1 Jn 4,11-12.
El otro extremo, lo representa el
colectivismo, quién pone a la sociedad por encima de las personas, destacando
la premisa Maquiavelica de que “el fin justifica los medios” (Ciberoteca, 2006,
para 1), es decir, lo importante es el colectivo y si es necesario utilizar un
número determinado de personas para conseguir un fin, entonces no hay que dudar
y entregarlos por lograr el objetivo o los objetivos que se dispone dicho
colectivo, pudiendo ser entre ellos: ganar una guerra; invadir una tierra;
despojar un territorio; eliminar otro bando contrario a sus ideas y principios;
implantar una forma de poder a la fuerza; dominar al otro o simplemente quitar
al otro. Es importante destacar que hay que obedecer a Dios, por ello, está
escrito: “Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron:—Es necesario obedecer a
Dios antes que a los hombres.” Hch. 5:29.
Así pues, “Mounier planteó, estableció y
desarrolló las bases de la corriente doctrinal y filosófica del personalismo”
(Burgos, 2009, para. 1b) y es Karol Wojtyla quién analizará parte de estas reflexiones, angustias y
observaciones del personalismo e indagará sobre los problemas del hombre,
consultando también obras de Edmund Husserl y Max Scheler,…, Gabriel Marcel,
Jean-Paul Sartre, Levinas y Paul Ricoeur, Vladimir Solovev y Fedor Dostoievski”
(López, 2012, p. 121), formulando así, su visión y abordaje del hombre, del ser
humano, es decir, de la persona.
El Personalismo de Wojtyla.
Karol Wojtyla vivió una época difícil, presenció la guerra cuando la
Alemania de Hitler invadió a Polonia el 1 de septiembre del año 1939 y pudo
observar los horrores que se cometieron en aquel tiempo, también fue actor,
obrero y quiso ser filólogo, antes de inclinarse por la vida eclesiástica,
razón por la cual, tiene experiencia vivencial de hombre común y sabe su praxis
en el mundo. “Karol Wojtyla concibe al hombre como una realidad integral,
original, radicalmente único, concreto, situado en la historia, en la cultura y
en el mundo” (López, 2012, p. 120-121). Es decir, Wojtyla no se va al extremo
del individualismo egocéntrico, ni al colectivismo ideológico, más bien destaca
y resalta a la persona su integralidad, esto quiere decir, insertado en la
existencia del diálogo con otras personas que interactúan junto a él y que es
esencia primordial del universo, valorado y creado, según la imagen de Dios: “Y
creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los
creó”[15]
Gn. 1:27.
Esta realidad tiene presencia en un espacio y tiempo determinado, su
existencia debe ser analizada, sus costumbres, su lengua, su cultura, su
experiencia, su forma de ser y de comportarse, su estilo, sus vivencias, sus
recursos, sus errores y virtudes, todo esto debe llamar la atención antes de
cualquier señalamiento y debe ser analizado integralmente, sin prejuicios o
sentencias que maltraten la dignidad del ser, de rebajarla, de utilizarla, de
ponerla como un medio u objeto para determinados intereses u otros fines, por
lo tanto, no debe, por ética y por amor, dañar o manipular a las personas, pues
al final de cuentas, cada persona es presencia de Dios.
El hombre está insertado en el mundo y
debe liberarse del mismo, buscando a Dios radicalmente. El hombre básicamente
tiene un serio déficit en su existencia, muchos no saben ni el lugar que ocupan
en el espacio, otros están perdidos, incluso, muchos no saben si existen, otros
están carentes de alimentos, de techo, de medicina, de salud, de razón, de
educación, de una mano del prójimo, de fe, de amor, de todo. Por ello, uno de los problemas fundamentales
“del hombre se halla anclado en su corazón, susceptible de ser engañado”
(López, 2012, p. 124) y de allí, sus malas experiencias, su fracaso y sus angustias,
que hace que tome malas decisiones.
Esta existencia está relacionada con la
acción, es decir, con el dinamismo de la persona que busca y encuentra
experiencias en la vida, quizás buenas o malas, pero no se queda estática, recibiendo
así, la influencia de otras personas, en las cuales, dichas experiencias y
vivencias se toman con un libre albedrío para ejecutarlas o dejarlas de lado,
según los valores y convicciones de cada persona, direccionando así, sus
actos. La experiencia que tiene cada
persona está relacionada con el entorno, es decir, con otras personas, dentro
de lo que podría llamarse: comunidad; asumiendo “que alude a una de las
características más básicas del ser de la persona, que es ser y estar en y con
los otros” (López, 2012, p. 125).
Esta acción siempre será dinámica, por lo tanto, el acto humano no es
estático, a este respecto, señala López (2012):
“De ahí que la
antropología de Karol Wojtyla no sea nunca estática, sino siempre dinámica: la
acción de la persona muestra su ser; el acto humano prueba y expresa la
búsqueda incesante de autodeterminación y realización, ordenadas ambas
realidades por la ejecución de la libertad, y esta última por la verdad” (p.122).
Otra característica importante en la
persona, viene siendo su afán de buscar la verdad y las cosas buenas a partir
de un raciocinio cognoscitivo, no solo de saber pensar, sino de indagar por la
verdad, siendo la persona “sujeto de moralidad y, al mismo tiempo su naturaleza
racional es la base de la moralidad, porque es a ella a quien corresponde y
sobre la que recae toda la responsabilidad de la racionalidad y lo que ella
comporta” (López, 2012, p. 126).
Esa moralidad representará el atributo de
todo acto humano, por lo tanto, “la racionalidad es atributo…de la naturaleza
humana, lo es también la libertad como atributo de su naturaleza racional”
(López, 2012, p. 127), entonces se puede relacionar la razón con la verdad,
ésta a su vez se relaciona con el acto humano, y todo acto humano se
materializa con una acción que a su vez, recae en la libertad de elegir; por lo
tanto, si tenemos la capacidad de elegir sobre la materia, entonces se
evidencia que somos superiores “al universo material” (Ibíd., p.127) y por lo
tanto, la persona no sería partícula del mundo natural, ni tampoco sería
catalogado como pieza anónima de un colectivo social.
El amor y la trascendencia en la
persona, representa los puntos claves en la antropología de Wojtyla, pues así
puede definir la realidad en la que se encuentra. La falta de amor inducirá en
la persona a un desconocimiento por el otro, es decir, por las otras personas,
pues quién no conoce el amor y no sabe qué es el amor, entonces, ¿cómo dará
amor?. La trascendencia en su estructura natural, refleja que es único,
irrepetible y supera a cualquier criatura terrestre que Dios ha creado; en su
estructura ontológica, es un espíritu en un cuerpo que se comunica con el
resto; en su estructura psíquica, es dinámico, siempre está en la búsqueda de
su devenir, en definitiva, la persona es presencia y existencia de Dios.
Otra característica de la persona, según el
personalismo de Karol Wojtyla, es su misterio, es decir, no comprender
realmente la verdad acerca del hombre. Un hombre que posee voluntad, conciencia,
raciocinio, intelecto, capacidad de obrar mediante el sublime amor o dar la
espalda a su terrible miseria: el odio. Es por ello que para conocer al ser
humano, a la persona, a la esencia, se hace difícil según la razón, en
consecuencia:
“…para alcanzar la contemplación del misterio y avisar su entrañable
secreto, hay que reconocerlo, respetar su estatus, acogerlo, aproximarse y
arrimarse a su sombra, amansarlo y disciplinarse con él más que por la
experiencia suya que por la pura lógica y después pensarlo, quitando de sí toda
pretensión soberbia y altiva de creer contenerlo todavía racional” (López,
2012, p. 130).
La verdad del hombre está en la realidad de su
singularidad, esta singularidad esta a su vez insertada en un espacio y tiempo.
El hombre va a su raíz, hacia dentro de sí mismo, es decir, hacia su espíritu y
necesita amor, este amor se complementa en la naturaleza, en forma de dos
vertientes de personas llamadas: varón y mujer.
La mujer es el complemento del varón y
viceversa, porque “el hombre ha sido creado como unidad de los dos, varón y
mujer” (López, 2012, p. 133). Dios nos
hizo con un propósito en la vida y nos colocó a los dos. La secuencia
biológica-existencial se basa en ellos y es indispensable vivir en armonía, con
respeto, el uno por el otro. La mujer
tiene un valor tan importante en la ubicación con el hombre, que sería
imposible sin la existencia del otro. Los dos representan la ausencia de la
soledad, representan el amor terrenal, no solo por el hecho de procrear y
multiplicar al ser humano, sino por la alegría que la mujer le genera al hombre
y viceversa.
La mujer le fue asignada una responsabilidad
tan grande que asombra a todo raciocinio y explicación que pueda enfrentarse
cualquier ser humano. Esa responsabilidad de llevar en su útero, en su vientre,
en su barriga a lo que vuelve continuamente a llenar de alegría al ser humano y
que se repite una y otra vez a lo largo del tiempo, esa capacidad de alojar y
formar dentro de su cuerpo a otro cuerpo, de cuidar y alimentar dentro de ella
misma y misteriosamente a otra obra sagrada de Dios: a otra persona.
Por ello, hay que cuidar a la mujer,
inculcarle desde pequeña el amor, la responsabilidad y el respeto a la dignidad
humana, no es que el varón no deba aprender esto, también debe conocer las
virtudes y el obrar bien, pero se debe hacer énfasis en ellas, pues son las que
traerán a todas las personas al este mundo. Valorar y respetar la vida debe ser
de especial atención en estos tiempos contemporáneos, pues la injusticia, los
anti-valores, la mal llamada liberación femenina, ha causado daño a la
existencia de otras personas.
Hoy en día, algunas mujeres creyendo
ser libres del hombre, se encarcelan en sus miserias, algunas abortan, otras
regalan a sus hijos cuando nacen por diferentes motivos, otras dañan al llamado
feto por diversas índoles o porque son abandonadas o incluso violadas. En
definitiva, hay un desastre que contribuye al caos, pero si también se educara
al hombre con respecto a la mujer, no habría mujeres violadas, no las
abandonaran y no adulteraran ni fornicaran con ellas.
Sí siguieran al alfarero de Cristo,
varón y mujer, con la bendición de Dios, serían portadores de lo más sagrado
que ha hecho Dios: PERSONAS.
Francisco Javier
Cáceres.
CONCLUSIÓN
Vimos como Napolitano (1990) hacía
referencia etimológica a la palabra persona, derivada del griego “prósopon que
significa máscara. En efecto, está compuesta por la preposición prós que
significa delante y opé que significa mirada, vista” (p.5), por lo tanto, nos
encontramos con dos perspectivas, una que está en el exterior, es decir,
delante de la careta y de la cual, otras personas la pueden percibir de alguna
manera, aunque nunca en forma objetiva ni certera; y la otra, está detrás de la
máscara, en la cual no todos logran percibirla, debido a la autoprotección de
la misma, llamada intimidad, aunque paradójicamente tampoco se llega a conocer
por completo el mundo interior de la misma persona, debido a varios factores,
entre ellos, la influencia del medio social, en donde se puede potencialmente
adquirir y aprender comportamientos y costumbres, los cuales pueden ser
llevados a la morada del mismo, pasando en el mejor de los casos, por una serie
de filtros, entre ellos, la formación, la convicción y los valores, los cuales
se suponen, se han adquirido en la existencia individual de cada ser,
lógicamente, con el tiempo.
También vimos la importancia de nuestro
cuerpo, pues el cuerpo forma parte del sentido de ser persona, incluso, la
ausencia o añadidura de alguna parte del cuerpo influiría en nosotros y en el
contorno social, es decir, en los otros, ya sea en forma positiva o negativa,
pero lo seguro es que marcaría a la persona en sí y podría ser considerada y
tratada de forma diferente, sobre todo en aquellas personas que no saben
valorar ni respetar al prójimo, llegando incluso a la burla y a la humillación.
Así mismo, la vestimenta y los accesorios que se asignan al cuerpo, influirá en
la persona y generará una imagen, que será percibida y valorada por otros, por
ello, hay que ser sensato a la hora de seleccionar lo que le coloquemos al
cuerpo, y también lo que le demos en forma física o material, es decir, lo que
digerimos y va a nuestro cuerpo. Un detalle importante del significado y valoración
de la persona, es que, a pesar de que exista un cuerpo pequeño, como por
ejemplo, un feto formándose en el vientre de una mujer, se le debe considerar
persona en el sentido de respeto a la dignidad humana, garantizándole así, el
respeto a existir, a vivir y a complementarse como persona en su devenir.
Por otra parte, se habló de lo
inconveniente que es la vanidad para el hombre y es en el libro de Eclesiastés
que ayudará a comprender mejor esa situación, pues ¿a dónde conduce la vanidad
de las personas?. Ya palabra sagrada nos responde: “Todos caminan hacia una
misma meta; todos han salido del polvo y todos vuelven al polvo” Ec 3,20[16]
y ese camino es la muerte misma. Entonces, ¿por qué existe tanta vanidad en las
personas?. Quizás una de tantas respuestas sea la falta de sensatez. ¿De qué
sirve tener casas, apartamentos, carros, cargos, títulos, anhelos, deseos,
joyas, riquezas, excelentes sueldos, viajes, etcétera, si no nos llevamos nada,
venimos al mundo con un cuerpo desnudo y nos vamos prácticamente desnudos, sin
ningún bien material que hayamos realizado, es decir, nos vamos como venimos.
Razón tiene la biblia: “También esto es grave mal: que tal como vino, se vaya;
y ¿de qué le vale fatigarse para el viento?. Todos los días pasa en oscuridad,
pena, fastidio, enfermedad y rabia” Ec 5,15-16.[17]
Solo Cristo nos puede liberar de esa
vanidad, esa arrogancia que tiene el hombre de gobernar el mundo a su manera,
esa soberbia de creer no necesitar una guía en su vida. creerse mejor que el mismo Dios o peor, ignorar su existencia.
Ya hemos visto ejemplos de la manera (el hombre) de llevar a cabo su actuación,
su manipulación y su forma de controlar, por ejemplo, los acontecimientos
vividos a finales del siglo XX y principios del siglo XXI, en la que se ha
pretendido garantizar la paz mundial, (dado la tan anhelada paz en el mundo)
pero se evidencia que es pura letra. Podríamos mencionar varias guerras como la
de Corea, la de Vietnam y la del medio oriente entre otras, como un claro
ejemplo de no haber alcanzado dicha paz. ¿Por qué?, acaso ¿falta algo o alguien
que garantice la estabilidad de las naciones?, ¿no es suficiente que diversas
personas están pendiente de la paz?.
Nuestra Iglesia ha guiado al hombre a
buscar la paz, nos ha motivado a buscar la verdad, ha hecho su trabajo, por
ello, la Iglesia cumple el ministerio de servir a la humanidad, ella “cumple
este ministerio suyo, participando en el «triple oficio» que es propio de su
mismo Maestro y Redentor” RH 18d[18],
tanto en el aspecto del sacerdocio, como el profético y el de la realidad del
hombre. Con ello, La Iglesia es acción responsable de la verdad, por lo tanto,
“conviene que, unida a este hecho, la responsabilidad de la Iglesia por la
verdad divina sea cada vez más, y de distintos modos, compartida por todos” RH
19f. Por consiguiente, la iglesia,
además de cumplir a cabalidad con el principio de vocación en Cristo y
uniéndose a plenitud en el ministerio del Redentor, apela a llevar un dinamismo
“del misterio de la Redención con todo hombre” RH 22a[19],
y “si somos conscientes de esta incumbencia, entonces nos parece comprender
mejor lo que significa decir que la Iglesia es madre” RH 22b[20].
Una madre que no abandona a sus hijos y desea salvar por medio de Cristo, a
toda la humanidad.
Aunque la Iglesia busca desesperadamente
ayudar a la humanidad, el hombre pretende querer olvidar a Dios, al quererlo
ignorar, se pierde más, se hunde en su propia miseria. Ni su propia razón lo
lleva a salirse del pozo, de su crisis, pues “el recurso a la razón, es una
simple máscara de la debilidad humana” (Polo, 1994, p.217). Sin embargo, la
intencionalidad del acto de buscar la verdad por medio de la voluntad no es
suficiente, esto obedece al retorno de su búsqueda, pues “el eterno retorno es
la nada de la intencionalidad de la voluntad replegada hacia el yo, el cual se
remite a ella con la obediencia, de un satélite, o como un parásito” (Ibíd.,
p.220). Es decir, necesita ayuda, pues él mismo no puede lograr su salida de
aquel hundimiento humano. Hundimiento de querer ser soberbio, de pretender
arreglar el mundo, de creerse dueño de él, de explotar los recursos naturales
renovables y no renovables con su prepotencia, con sus leyes, con su
arrogancia. Razón tiene Luis Guitarra (2012), en su canto: “¿Quién escucha a
quién, cuando hay silencio?, ¿quién empuja a quién, si uno no anda?, ¿quién
recibe más al darse un beso?, ¿quién nos puede dar lo que nos falta?...”
Al llegar la persona a su intimidad,
logra cierta radicalidad de su existencia, entonces pasa la persona a lo más intimido de su ser,
llega a ser radical, es decir, luego que la persona se interna en su
hundimiento, empieza a ser diferente, aunque no logrará salirse por sí misma.
Por ello, se dice que “la persona es lo más radical en el hombre, pero no lo
más radical sin más. Dios es la radicalidad máxima; la persona humana no lo es,
puesto que es creada” (Ibíd., p.223). Esa radicalidad de la persona, llega a su
interioridad profunda de su ser, llega a su máxima expresión, llega a solicitar
la ayuda anhelada, la ayuda del salvador que podrá sacarlo del hundimiento, de
su miseria, llega su salvación con Cristo y en Cristo, ese Cristo que murió por
todos nosotros, el Cristo Redentor.
Por lo tanto, el hombre va a su raíz,
hacia dentro de sí mismo, es decir, hacia su espíritu y necesita amor, este
amor se complementa en la naturaleza, en forma de dos vertientes de personas
llamadas: varón y mujer. He aquí un énfasis especial que Dios nos ha otorgado
como humanidad, ese énfasis especial es el de cuidar a la mujer, inculcarle
desde pequeña el amor, la responsabilidad y el respeto a la dignidad humana, no
es que el varón no deba aprender esto, también debe conocer las virtudes y el
obrar bien, pero se debe hacer énfasis en ellas, pues son las que traerán a
todas las personas al este mundo. Valorar y respetar la vida debe ser de
especial atención en estos tiempos contemporáneos, pues la injusticia, los
anti-valores, la mal llamada liberación femenina, ha causado daño a la
existencia de otras personas. Al seguir
al alfarero (Cristo), nosotros, los varones y las mujeres, con la bendición de
Dios, seremos los portadores de lo más sagrado que ha hecho Dios: PERSONAS.
BIBLIOGRAFÍA
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Bible Societies.
Buber, Martin. (1967). El
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tomo I. Cavep, Caracas.
Cavero, Crosby (2013). Antropología
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